martes, 5 de junio de 2007

¿Por qué debería preocuparnos el calentamiento global?


La noción de que la Tierra suda los rigores de un calentamiento global, como consecuencia de la explosión industrial humana, no es en absoluto una idea reciente. Lo que sí resulta algo novedoso es esta especie de conversión multitudinaria (de palabra, al menos) al bando de los convencidos. Conversión de respuesta lenta, por lo demás, porque cualquiera que lea los informes del IPCC descubrirá que todo estaba ahí, a la luz pública, sólidamente argumentado.

El IPCC es el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, un diligente conglomerado ocasional de unos dos mil científicos de una centena y pico de países representados en la ONU, expertos todos en esa disciplina endiabladamente compleja que se conoce como Ciencias de la Tierra. Acostumbrados a argumentar entre bosques de incertidumbre y paradojas gordianas, embistieron las cuestiones del cambio climático con ímpetu de largo aliento.

Menos mal, porque los informes mencionados líneas arriba no son los que han sido hechos públicos este año, sino los de 2001, recién estrenado el milenio. Ya entonces dejaron por escrito su convicción de que el calentamiento global existe, y de que es el resultado de las emisiones sin cota de gases de efecto invernadero a la atmósfera desde que la máquina de vapor prestó ímpetu sin precedentes a la era industrial.

A pesar de que esas convicciones estaban basadas, no en el principio de autoridad (tan impropio del discurso científico como característico de la contorsión política), sino en la conjunción de evidencia empírica y modelos teóricos, los llamados “tomadores de decisiones”, optaron, en su mayoría, por guarecerse de la canícula recurriendo a la estrategia del avestruz: se conoce que con la cabeza bien encajada en el subsuelo no se pasan tantos ardores.

Lo malo es que en los seis años que le tomó al IPCC documentar su pesimismo para hacer crecer su certidumbre de 66 a noventa por ciento respecto de esos dos puntos (tales son las diferencias entre los informes de 2001 y los de 2007), la humanidad y la Naturaleza –admitámoslo– acumularon gases de efecto invernadero en la atmósfera en tal cantidad que la concentración de CO2 y gases equivalentes rebasó largamente valores consistentes con el tipo de clima que hemos conocido en siglos recientes, y parece haber puesto al sistema acoplado aire-mares-tierra en una ruta de calentamiento progresivo que ya no podemos aspirar a detener en el futuro previsible, sino, en el mejor de los casos, a estabilizar dentro de un rango tolerable. Tal es la esencia del mensaje del IPCC en 2007: admitámoslo, pues, y vayamos actuando para adaptarnos y reducir sus impactos en la medida de lo posible.

De eso, ante todo, se trata el ejercicio de síntesis que presenta Letras Libres en las planas siguientes. En ellas hemos buscado dar expresión visual a la combinación de conocimiento presente y estrategias para el futuro de que se compone el estado de la cuestión, desde la perspectiva de los informes del IPCC.

El conocimiento actual ya no se detiene en discutir la existencia y origen del cambio climático: lo reconoce en la evidencia medible y traza, a partir de ella y de las teorías que le dan sustento, escenarios futuros de impacto. El más reciente informe del IPCC nos ofrece una previsión moderadamente esperanzadora. Proyectando escenarios propios de la econometría, que contraponen costos y beneficios de la inacción con los de la mitigación, concluye que la inversión necesaria es de una magnitud comparable con los costos (incluidos los sociales) en que incurriríamos dejando crecer la concentración de gases de invernadero en la atmósfera. Visitamos el futuro en el plazo medio del año 2030 para comparar los escenarios correspondientes a cada caso –sin hacer nada, o poniéndonos a mitigar de veras el envenenamiento de la atmósfera–, en función de las tecnologías esperables para entonces.

Por último, nos escabullimos un poco de la globalidad para explorar los matices que el colorido de la cultura de México le imprime al tema. Lo hacemos en una conversación refrescantemente franca con el doctor José Sarukhán Kermez, ecólogo que trasciende sus fronteras disciplinarias como lo demanda su condición de miembro de El Colegio Nacional. Con amplitud de miras, Sarukhán rebasa también lo anecdótico y traza los brochazos de la que podría ser una Estrategia Nacional de Eficiencia como eje conceptual de la respuesta mexicana a este asunto planetario.

Imaginemos a nuestros quetzales tranzando un arco iris que saque de su agujero a los avestruces más grisáceos.~

1 comentario:

SoyTotalmenteFrontera dijo...

Ojala hubiera mas gente como tu que se preocupa por el medio ambiente y la naturaleza. Sigue escribiendo, las letras son como las gotas de agua y rebotan a quien las pisa y los hace entender. =)