martes, 8 de mayo de 2007
Cambio climático: con todo, las catástrofes son evitables
En un nuevo informe que se dio a conocer el pasado 4 de mayo, la ONU ofrece alternativas para mitigar el daño ambiental. Pero éstas exigen cambios culturales.
Parece destinado a perderse entre la gran estática de la información internacional de la semana. ¿Después de todo qué puede hacer un informe plagado de tecnicismos de uno de tanto paneles de Naciones Unidas frente a —por ejemplo— el final de fotochart que prometen este domingo Nicolás Sarkozy y Ségolène Royal en las presidenciales francesas?
¿Cómo competir con el drama shakesperiano de conciencia del primer ministro israelí Ehud Olmert a quien todos le piden hoy que renuncie luego de que una comisión investigadora, designada por él, convalidara la impresión generalizada de que la invasión al Líbano del año pasado resultó una sangría innecesaria e inútil?
¿O cómo no sentirse tentado a considerar que el gobierno de George W. Bush está dando impresionantes saltos de espalda políticos al permitir que su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se siente en la misma mesa e intercambie amabilidades en Egipto con los delegados de dos regímenes execrados por Washington, Siria e Irán?
Y, sin embargo, es muy difícil —si no imposible— hallar esta semana un desarrollo que siquiera se le acerque en importancia a la publicación, ayer viernes en Bangkok, del tercer y último segmento del más reciente informe, el cuarto en su historia, del PICC, siglas que representan al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, organismo de expertos creado en 1988 por la ONU.
Significativamente no son las conclusiones sombrías las que se destacan en esta última difusión. Las dos primeras partes del informe, publicadas antes en el año, fueron parte de un diagnóstico intensamente pesimista.
Esos textos sostuvieron, en términos generales, que no había si no una década por delante para evitar cambios climáticos que pusieran en peligro los ecosistemas del planeta y con ellos la continuidad de la vida como la conocemos hoy.
En el corazón mismo del problema está lo que el informe llama "Gas de Invernadero Global", esto es la emisión de un conjunto de gases a la atmósfera —el CO2, CH4 y N2O entre ellos— que está causando la elevación de las temperaturas en el planeta. Esa emisión, producto de la actividad humana, ha crecido alrededor del 70% entre 1970 y 2004 alterando el equilibrio entre lo sólido y los líquido en la tierra.
Uno de cada diez de los 6 mil millones de habitantes vive ya en zonas del planeta que está más en riesgo de sufrir las consecuencias de este fenómeno; entre ellas la elevación del nivel de los mares, los cambios bruscos de clima y grandes tormentas al estilo de los huracanes que han crecido en capacidad devastadora durante los años recientes.
Este tercer tramo del informe ataca, sin embargo, uno de los argumentos más importantes entre los invocados por quienes se resisten al cambio en usos y costumbres humanos que demanda el clima o que insisten —cada vez con menos fuerza— que los pronósticos son falsamente apocalípticos: su precio.
El costo de las modificaciones no necesita —dice el documento del PICC— tener efectos devastadores sobre la economía mundial; su precio no está más allá de lo que es posible pagar.
Mantener el aumento de la temperatura mundial en el rango de los dos grados Celsius —un nivel que permitiría evitar los cambios climáticos más temidos— costaría durante los próximos años no más del 0,12 % del producto bruto global, un precio insignificante si se tiene en cuenta lo que está en riesgo.
Más importante aun es que el estudio, producido por científicos de 120 naciones del mundo, encontró que la tecnología y muchas de las innovaciones imprescindibles para las modificaciones están ya en el dominio humano.
Mejorar los sistemas de iluminación y calor artificiales que se usan en el planeta, por ejemplo, se podría realizar con los medios existentes y costos cercanos a cero porque entre otras cosas reducirían, además de la emisión de gases, las cuentas por provisión de energía.
Los que está en uso hoy son tan ineficientes que, entre otras cosas, apuntan a un posible error crítico en lo que sostiene la visión más ortodoxa de la economía: que los hombres trabajan incansablemente para maximizar el rédito de su actividad económica y que, dejados a su albedrío, siempre hallan la forma de reducir sus costos y riesgos.
En otras áreas, reconoce el documento, los cambios serán más dolorosos. Las dos fuentes principales del "Gas de Invernadero Global", el uso de combustibles de origen fósil en las plantas de generación de electricidad y en el transporte, demandarán bastante más si han de ser reducidas y no todo lo necesario ha dejado la etapa del laboratorio.
Aun así el uso de fuentes alternativas —desde la energía solar y eólica hasta los biocombustibles— ofrece un potencial enorme y, en muchos casos, el conocimiento necesario para ponerlas en funcionamiento está cercano.
Hay, con todo, una conclusión —algunas veces explícita y otras implícita— en estas recomendaciones del PICC que nadie quiere mirar al rostro. Para la parte considerada afortunada de la humanidad se parece a un agujero negro.
Es la certeza de que deberán introducir en sus vidas cambios que podrán mejorar su calidad, pero ciertamente prometen menor satisfacción inmediata que aquella a la que hoy está acostumbradas.
Desde la desaparición paulatina de aquellos vehículos más potentes y lujosos que hoy surcan las rutas, hasta la reducción del consumo de carnes rojas —recomendada para disminuir la emisión de gas metano en la atmósfera— todo parece hablar del deterioro del hedonismo.
Y esta es una verdad que surge innegable, no solo de este informe sino de otros similares. Es una demanda que hace que los políticos, con su dependencia del humor público, miren deliberadamente hacia otros lados.
Que la vida cotidiana de todos deberá ser distinta y más magra en placeres resulta una parte del horizonte que no desaparece de nuestra vista. Claro está, si es que decidimos finalmente que mantener la vida vale la pena.
Copyright Clarín, 2007.
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