El calentamiento global se agrava en grandes ciudades del tercer mundo.
Las urbes del mundo, grandes, pequeñas y de mediano tamaño, constituyen el principal frente de la batalla mundial contra el cambio climático, a su vez el mayor desafío que encara el hombre.
Sólo un cambio de dirección en el actual modelo de crecimiento, depredador del territorio, de sus recursos naturales y malgastador de energía, podrá frenar las peores consecuencias del calentamiento planetario. A esa conclusión llega el Worldwatch Institute en su panorámica anual del 2007.
Las ciudades ocupan apenas el 0,4% de la superficie terrestre, pero en ellas se concentra la mitad de la población mundial, 3.200 millones de almas, según Naciones Unidas. Su actividad industrial, el consumo energético desmedido de sus habitantes, el parque automovilístico, el transporte en general, «son responsables de la mayor parte de las emisiones de carbono, por lo que son un actor clave en la crisis del clima», subraya el informe.
Peor aún, la urbanización masiva y desordenada es un fenómeno al alza, sobre todo en los países de rentas más bajas. En 1950 sólo Nueva York y Tokio superaban los 10 millones de habitantes.
Hoy existen 20 megalópolis y allá por el 2015, 22 urbes superarán previsiblemente esa cifra crítica de población, y de ellas sólo seis son capitales de países del 'primer mundo'.
En cambio, se prevé que la población urbana de Asia y África se duplique en los próximos años y, si no se revierte la tendencia, alcanzará los 3.400 millones de personas en el 2030.
Si las ciudades y sus urbanitas son los grandes responsables del cambio climático, sus perturbaciones pueden cebarse en ellas. De las 33 ciudades del mundo que tendrán más de ocho millones de habitantes en el 2015, 21 están en la costa o tan cerca de ella que se verán obligadas a tomar medidas drásticas frente a la elevación del nivel del mar por al alza de las temperaturas.
El estudio identifica a Tokio, México, Nueva York, Sao Paulo, Bombay, Delhi, Shangai Calcuta, Yakarta y Buenos Aires como las aglomeraciones más vulnerables a mareas de tempestad y terremotos.
Sólo un cambio de timón en el actual modelo de crecimiento, depredador del territorio, de sus recursos naturales y malgastador de energía, podrá frenar las peores consecuencias del calentamiento planetario. A esa conclusión llega el Worldwatch Institute en su panorámica anual del 2007.
Las ciudades ocupan apenas el 0,4% de la superficie terrestre, pero en ellas se concentra la mitad de la población mundial, 3.200 millones de almas, según Naciones Unidas. Su actividad industrial, el consumo energético desmedido de sus habitantes, el parque automovilístico, el transporte en general, «son responsables de la mayor parte de las emisiones de carbono, por lo que son un actor clave en la crisis del clima», subraya el informe.
Peor aún, la urbanización masiva y desordenada es un fenómeno al alza, sobre todo en los países de rentas más bajas. En 1950 sólo Nueva York y Tokio superaban los 10 millones de habitantes.
Hoy existen 20 megalópolis y allá por el 2015, 22 urbes superarán previsiblemente esa cifra crítica de población, y de ellas sólo seis son capitales de países del 'primer mundo'.
En cambio, se prevé que la población urbana de Asia y África se duplique en los próximos años y, si no se revierte la tendencia, alcanzará los 3.400 millones de personas en el 2030.
Si las ciudades y sus urbanitas son los grandes responsables del cambio climático, sus perturbaciones pueden cebarse en ellas. De las 33 ciudades del mundo que tendrán más de ocho millones de habitantes en el 2015, 21 están en la costa o tan cerca de ella que se verán obligadas a tomar medidas drásticas frente a la elevación del nivel del mar por al alza de las temperaturas.
El estudio identifica a Tokio, México, Nueva York, Sao Paulo, Bombay, Delhi, Shangai Calcuta, Yakarta y Buenos Aires como las aglomeraciones más vulnerables a mareas de tempestad y terremotos.
miércoles, 9 de mayo de 2007
La ONU advierte: medidas urgentes deben tomarse ya
Al inaugurar la sesión ministerial de la Comisión sobre Desarrollo Sustentable, Ban Ki-moon instó a una reducción de esas emisiones en los países industrializados.
También pidió incentivos para que las naciones en desarrollo las limiten al mismo tiempo que salvaguardan su crecimiento económico y sus esfuerzos de erradicación de la pobreza.
“Muchos países, sobre todo los más vulnerables, necesitan asistencia para mejorar su capacidad de adaptación”, explicó Ban. Añadió que también se requiere un fuerte impulso para generar nuevas tecnologías de combate contra el cambio climático, y hacer que las existentes se conviertan en económicamente viables.
El efecto invernadero hace que la temperatura media de la superficie de la Tierra sea 33ºC mayor que la que tendría si no existieran gases con efecto invernadero en la atmósfera.
A partir de 1979 los científicos comenzaron a afirmar que un aumento al doble en la concentración del CO2 en la atmósfera supondría un calentamiento medio de la superficie de la Tierra de entre 1,5 y 4,5 ºC.
martes, 8 de mayo de 2007
Hablar por celular, contribuye al calentamiento global
Las conversaciones a través de teléfonos celulares contribuyen al calentamiento global, concluyeron científicos de diversas nacionalidades reunidos en el Congreso de Desarrollo Sostenible, que se desarrolló durante el fin de semana en Manizales, Colombia.
“Los celulares funcionan con radiofrecuencias que son energía base del calentamiento global. Una llamada pareciera tener mínima incidencia en el clima, pero diariamente hacemos miles de millones de llamadas y así producimos el calentamiento global”, dijo el científico colombiano Jorge Reynolds.
En diálogo con Caracol radio, Reynolds -uno de los pioneros en el mundo del diseño y construcción del marcapasos en 1958- hizo un llamado para que se haga un uso racional del celular así como de otros aparatos.
“Al problema de la incidencia de los teléfonos celulares en el calentamiento global se le suma, por ejemplo, el de los motores de los carros que producen calor, el calor de la fricción de las llantas contra los pavimentos, de los frenos, lo cual contribuye al calentamiento del planeta”, concluyó.
Cambio climático: con todo, las catástrofes son evitables
En un nuevo informe que se dio a conocer el pasado 4 de mayo, la ONU ofrece alternativas para mitigar el daño ambiental. Pero éstas exigen cambios culturales.
Parece destinado a perderse entre la gran estática de la información internacional de la semana. ¿Después de todo qué puede hacer un informe plagado de tecnicismos de uno de tanto paneles de Naciones Unidas frente a —por ejemplo— el final de fotochart que prometen este domingo Nicolás Sarkozy y Ségolène Royal en las presidenciales francesas?
¿Cómo competir con el drama shakesperiano de conciencia del primer ministro israelí Ehud Olmert a quien todos le piden hoy que renuncie luego de que una comisión investigadora, designada por él, convalidara la impresión generalizada de que la invasión al Líbano del año pasado resultó una sangría innecesaria e inútil?
¿O cómo no sentirse tentado a considerar que el gobierno de George W. Bush está dando impresionantes saltos de espalda políticos al permitir que su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se siente en la misma mesa e intercambie amabilidades en Egipto con los delegados de dos regímenes execrados por Washington, Siria e Irán?
Y, sin embargo, es muy difícil —si no imposible— hallar esta semana un desarrollo que siquiera se le acerque en importancia a la publicación, ayer viernes en Bangkok, del tercer y último segmento del más reciente informe, el cuarto en su historia, del PICC, siglas que representan al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, organismo de expertos creado en 1988 por la ONU.
Significativamente no son las conclusiones sombrías las que se destacan en esta última difusión. Las dos primeras partes del informe, publicadas antes en el año, fueron parte de un diagnóstico intensamente pesimista.
Esos textos sostuvieron, en términos generales, que no había si no una década por delante para evitar cambios climáticos que pusieran en peligro los ecosistemas del planeta y con ellos la continuidad de la vida como la conocemos hoy.
En el corazón mismo del problema está lo que el informe llama "Gas de Invernadero Global", esto es la emisión de un conjunto de gases a la atmósfera —el CO2, CH4 y N2O entre ellos— que está causando la elevación de las temperaturas en el planeta. Esa emisión, producto de la actividad humana, ha crecido alrededor del 70% entre 1970 y 2004 alterando el equilibrio entre lo sólido y los líquido en la tierra.
Uno de cada diez de los 6 mil millones de habitantes vive ya en zonas del planeta que está más en riesgo de sufrir las consecuencias de este fenómeno; entre ellas la elevación del nivel de los mares, los cambios bruscos de clima y grandes tormentas al estilo de los huracanes que han crecido en capacidad devastadora durante los años recientes.
Este tercer tramo del informe ataca, sin embargo, uno de los argumentos más importantes entre los invocados por quienes se resisten al cambio en usos y costumbres humanos que demanda el clima o que insisten —cada vez con menos fuerza— que los pronósticos son falsamente apocalípticos: su precio.
El costo de las modificaciones no necesita —dice el documento del PICC— tener efectos devastadores sobre la economía mundial; su precio no está más allá de lo que es posible pagar.
Mantener el aumento de la temperatura mundial en el rango de los dos grados Celsius —un nivel que permitiría evitar los cambios climáticos más temidos— costaría durante los próximos años no más del 0,12 % del producto bruto global, un precio insignificante si se tiene en cuenta lo que está en riesgo.
Más importante aun es que el estudio, producido por científicos de 120 naciones del mundo, encontró que la tecnología y muchas de las innovaciones imprescindibles para las modificaciones están ya en el dominio humano.
Mejorar los sistemas de iluminación y calor artificiales que se usan en el planeta, por ejemplo, se podría realizar con los medios existentes y costos cercanos a cero porque entre otras cosas reducirían, además de la emisión de gases, las cuentas por provisión de energía.
Los que está en uso hoy son tan ineficientes que, entre otras cosas, apuntan a un posible error crítico en lo que sostiene la visión más ortodoxa de la economía: que los hombres trabajan incansablemente para maximizar el rédito de su actividad económica y que, dejados a su albedrío, siempre hallan la forma de reducir sus costos y riesgos.
En otras áreas, reconoce el documento, los cambios serán más dolorosos. Las dos fuentes principales del "Gas de Invernadero Global", el uso de combustibles de origen fósil en las plantas de generación de electricidad y en el transporte, demandarán bastante más si han de ser reducidas y no todo lo necesario ha dejado la etapa del laboratorio.
Aun así el uso de fuentes alternativas —desde la energía solar y eólica hasta los biocombustibles— ofrece un potencial enorme y, en muchos casos, el conocimiento necesario para ponerlas en funcionamiento está cercano.
Hay, con todo, una conclusión —algunas veces explícita y otras implícita— en estas recomendaciones del PICC que nadie quiere mirar al rostro. Para la parte considerada afortunada de la humanidad se parece a un agujero negro.
Es la certeza de que deberán introducir en sus vidas cambios que podrán mejorar su calidad, pero ciertamente prometen menor satisfacción inmediata que aquella a la que hoy está acostumbradas.
Desde la desaparición paulatina de aquellos vehículos más potentes y lujosos que hoy surcan las rutas, hasta la reducción del consumo de carnes rojas —recomendada para disminuir la emisión de gas metano en la atmósfera— todo parece hablar del deterioro del hedonismo.
Y esta es una verdad que surge innegable, no solo de este informe sino de otros similares. Es una demanda que hace que los políticos, con su dependencia del humor público, miren deliberadamente hacia otros lados.
Que la vida cotidiana de todos deberá ser distinta y más magra en placeres resulta una parte del horizonte que no desaparece de nuestra vista. Claro está, si es que decidimos finalmente que mantener la vida vale la pena.
Copyright Clarín, 2007.
Cae un mito de la geoingeniería para reducir el efecto invernadero
Una investigación realizada en las islas Kerguelen del océano Índico ha puesto de relieve que es imposible imitar el proceso natural de fertilización por hierro de los océanos y controlar sus efectos secundarios en todos los organismos marinos. La fertilización artificial de los océanos con hierro, para que aumente la cantidad de fitoplancton y que los océanos puedan procesar así mayor cantidad de dióxido de carbono atmosférico para reducir la contaminación, es una de las propuestas de la geoingeniería para reducir el impacto ambiental de las actividades humanas que se derrumba con este descubrimiento. Por Yaiza Martínez.
El fitoplancton, conjunto de organismos acuáticos con capacidad fotosintética que viven dispersos en el agua, precisa de una serie de nutrientes y también de hierro para desarrollarse. El aumento de su presencia en el océano aumenta también la cantidad de dióxido de carbono almacenado por éstos y puede reducir por tanto la contaminación atmosférica.
Por esta razón, algunas sociedades de geoingienería climática han propuesto remediar el aumento de CO2 atmosférico por medio de la manipulación de la bomba biológica, añadiendo de manera artificial cantidades de hierro al mar.
Supuestamente, la cantidad aumentada de fitoplancton que se derivaría de este añadido supondría una reducción del dióxido de carbono presente en la atmósfera, lo que a su vez reduciría la contaminación provocada por la actividad humana.
En el clima global juega un papel clave el intercambio de gases entre el océano y la atmósfera, sobre todo del dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero. El carbono se presenta en el mar en tres formas diferentes: dióxido de carbono soluble (CO2), como hidrógeno de carbono (HCO3), y como carbono (CO3). Debido a que una parte de CO2 en el agua se trasforma en HCO3 y CO3, el mar es capaz de almacenar dióxido de carbono mejor que la atmósfera.
Proceso inimitable
Sin embargo, una investigación llevada a cabo en las Islas Kerguelen, situadas en el océano Índico, acaba de poner de manifiesto que el proceso natural de aumento del hierro en la superficie oceánica es inimitable de manera artificial por su ritmo natural (continuo y lento) y porque resultaría imposible predecir los efectos secundarios en los recursos marinos de la adición del hierro a los océanos.
La constatación de que, por tanto, la fertilización artificial con hierro no sería igual al aporte natural de este elemento en los océanos, según publica el CNRS de Francia en un comunicado, tiraría por tierra una solución para la contaminación del planeta : el hierro añadido por la mano del hombre no nos ayudaría a limpiar la atmósfera.
Actualmente, y sin ayuda, los océanos absorben ya un tercio del dióxido de carbono que emiten las industrias y demás fuentes humanas contaminantes a la atmósfera. Se había pensado que, al igual que se han plantado árboles para el procesamiento extra de dióxido de carbono, se podía aumentar la captación de este gas por parte de los océanos gracias a la fertilización del hierro en el agua. Esta fertilización permitiría aumentar la cantidad de microorganismos (fitoplancton) acuáticos que procesan el CO2.
Pero, tal como explican los artífices de esta investigación en la revista Nature, la fertilización artificial jamás será tan eficaz como el aporte natural de hierro propio de los océanos, lo que acaba con un mito de la geoingeniería climática, a la que ya nos hemos referido en otro artículo.
Proceso forzosamente natural
El fitoplancton fija el CO2 durante el proceso de la fotosíntesis, capturándolo en la superficie de los océanos y, cuando los microorganismos mueren, depositan el dióxido de carbono en el fondo del mar.
Diversos estudios anteriores habían demostrado que no sólo los nitratos son nutrientes esenciales para el crecimiento del fitoplancton, sino que también el hierro es importante.
Aún así, el aporte de hierro al mar no es una solución del todo fiable, aseguran los artífices de esta investigación, Stéphane Blain y sus colegas, del Laboratoire d'océanographie et de biogéochimie de Marsella (LOB) perteneciente al Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia.
En el cuadro de la expedición internacional KEOPS, que comenzara a principios de 2005, estos investigadores pasaron cuarenta días a bordo del Marion Dufresne en el Océano Austral, a lo largo de las islas Kerguelen.
En esta zona, cada verano se produce una explosión natural de fitoplancton, originada, según los estudios de los científicos, por un aporte natural de hierro procedente de las profundidades y que es responsable de una floración excepcional.
Los científicos han podido constatar en un escenario natural que la eficacia del hierro en este contexto es mucho mayor que la de los resultados obtenidos con fertilización artificial, porque por cada unidad de hierro de las profundidades, el mar capturaba entre 10 a 100 veces más carbono de lo normal en la zona.
Doble de eficacia
Le Nouvel OBS se pregunta al respecto si hemos llegado con este descubrimiento al final de la utopía de la fertilización artificial de los océanos.
La vía biológica de captura del carbono atmosférico, explica, parece ser mucho más sensible a los aportes naturales de hierro en el agua que a la adición artificial de éste, lo que pone en serias dudas la eficacia de las manipulaciones de geoingeniería destinadas a reducir la concentración de gas carbónico atmosférico por fertilización de los océanos con hierro.
Una serie de expediciones al océano Austral entre los años 1993 y 2005 pusieron en evidencia que, en diversas regiones oceánicas, las algas carecen de hierro, pero se multiplicaban con rapidez si se añadían pequeñas cantidades de este elemento.
A pesar de todo, el estudio en el medio natural de las islas Kerguelen ha revelado que el aporte natural de hierro en la zona procedente de las profundidades marinas gracias a diferentes mecanismos de transporte, el consecuente florecimiento del fitoplancton y el posterior hundimiento del carbono a las profundidades, es al menos dos veces más importante que la captura del carbono logrado por medios artificiales, y que se consigue con cantidades de hierro mucho menores.
El resultado muestra por otro lado que el sistema oceánico es mucho más sensible a las adiciones naturales de hierro de lo que se podría predecir de las experiencias artificiales.
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